El hilado y la tejeduría eran industrias artesanales que daban trabajo a muchísima gente. Tradicionalmente, el hilado era un trabajo destinado a las mujeres, mientras que la tejeduría quedaba en manos de los hombres. Pero el hilado era un proceso que exigía mucho más tiempo que la tejeduría, y esa disparidad se incrementó aún más después de que en 1733 John Kay, un joven de Lancashire, inventara la lanzadera volante, la primera de las varias innovaciones punteras que necesitaba la industria. La lanzadera volante de Kay doblaba la velocidad de producción de tejidos. Las hiladoras, incapaces ya de seguir el ritmo, empezaron a quedar rezagadas y a generar problemas en la línea de producción, con graves presiones económicas para todos los implicados.
Según el relato tradicional, tanto tejedores como hilanderas se enfurecieron hasta tal punto con Kay que acabaron atacando su casa y el inventor se vio obligado a huir a Francia, donde murió indigente. La historia se repite en muchos relatos, incluso ahora con «fervor dogmático», según palabras del historiador de la época de la Revolución industrial Peter Willis, aunque, de hecho, Willis insiste en que no hay nada de verdad en todo el asunto. Kay murió pobre, pero solo porque no gestionó de forma muy acertada su vida. Se propuso fabricar personalmente sus máquinas y alquilarlas a los propietarios de los telares, pero estableció un precio de alquiler tan elevado que nadie podía pagarlo. Lo que sucedió entonces fue que le piratearon el invento, y Kay gastó infructuosamente todo su dinero tratando de conseguir una compensación a través de los tribunales. Al final se trasladó a Francia, con la vana esperanza de cosechar más éxitos allí. Sobrevivió casi cincuenta años a su invento. Y nunca sufrió ningún tipo de ataque ni se vio obligado a huir del país.
Bryson, Bill En casa. Una breve historia de la vida privada. RBA, Barcelona, 2011
Lanzadera volante de Kay. |
gracias
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