miércoles, 31 de octubre de 2012

Spinning Jenny de Hargreaves


Pasaría toda una generación antes de que alguien encontrara una solución al problema de las hilaturas, y llegó de un lugar inesperado. En 1764, un tejedor analfabeto de Lancashire, lla­mado James Hargreaves, inventó un artilugio ingeniosamente sencillo, que se conoció como la «hiladora Jenny», que realiza­ba el trabajo de diez hilanderas gracias a la incorporación de múltiples bobinas. Poco se conoce de Hargreaves, aparte de que nació y se crió en Lancashire, se casó joven y tuvo doce hijos. Desconocemos por completo su aspecto físico. Fue la más pobre y la más desafortunada de las figuras principales de los inicios de la Revolución industrial. A diferencia de Kay, Hargreaves sí que tuvo problemas. Un grupo de hombres de su misma locali­dad irrumpió en su casa y prendió fuego a sus herramientas y a una veintena de Jennies a medio terminar -una pérdida cruel y desesperada para un hombre de escasos recursos como él-, por lo que durante un periodo prudencial decidió abandonar la fabricación de Jennies y dedicarse a la teneduría de libros. Por cierto, el nombre de Jenny no es en honor a su hija, como con frecuencia se ha apuntado; jenny era una palabra que solía uti­lizarse en el norte de Inglaterra para referirse a los motores.
Hiladora Jenny de Hargreaves
La máquina de Hargreaves no parece gran cosa en las ilus­traciones -consistía básicamente en diez bobinas dentro de un armazón, con una rueda que las hacía girar-, pero transformó el panorama industrial de Gran Bretaña. Menos feliz es el he­cho de que acelerara la introducción del trabajo infantil, pues los niños, más ágiles y menudos que los adultos, se manejaban mucho mejor para reparar los hilos rotos y los distintos proble­mas que pudieran surgir entre las casi inaccesibles extremida­des de la Jenny.
Antes de la aparición de este invento, los trabajadores ingle­ses hilaban en sus casas más de 225 toneladas de algodón al año. Hacia 1785, y gracias a la máquina de Hargreaves y a las versiones más sofisticadas que le siguieron, esa cifra había as­cendido a 7.250 toneladas. Hargreaves, sin embargo, no com­partió la prosperidad que sus artilugios generaban, debido en gran parte a las maquinaciones de Richard Arkwright, la me­nos atractiva, menos inventiva y, sin embargo, más exitosa de todas las figuras de los inicios de la Revolución industrial.
Bryson, Bill En casa. Una breve historia de la vida privada.  RBA, Barcelona, 2011

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