miércoles, 31 de octubre de 2012

Telar mecánico de Cartwright


De hecho, la Revolución industrial no era aún del todo indus­trial. El hombre que lo hizo posible fue la figura más inespera­damente fundamental de su época, y de prácticamente cualquier otra época: el reverendo ,Edmund Cartwright (1743-1823). Cartwright era hijo de una familia pudiente e importante a nivel local de Nottingharnshire y aspiraba a convertirse en poeta, pero acabó haciéndose pastor y destinado a una rectoría de Lei­cestershire. Una conversación casual con un fabricante de teji­dos lo llevó en 1785 a diseñar -partiendo por completo de cero- el telar mecánico. Los telares de Cartwright transforma­ron la economía mundial y enriquecieron de verdad a Gran Bre­taña. Cuando se celebró la Gran Exposición en 1851, funciona­ban ya en Inglaterra un cuarto de millón de telares mecánicos, una cifra que aumentó al ritmo de cien mil por década antes de llegar a un máximo de 805.000 en 1913, momento en el cual había casi tres millones en funcionamiento en todo el mundo.
 File:TM158 Strong Calico Loom with Planed Framing and Catlow's Patent Dobby.png
De haberse visto Cartwright recompensado por el alcance de sus inventos, se habría convertido en el hombre más rico de su época -del mismo modo" que John D. Rockefeller o Bill Gates se han visto compensados por los suyos-, pero la reali­dad es que su invento no le proporcionó nada de nada directa­mente y, de hecho, acabó endeudado en su intento de proteger y hacer respetar sus patentes. En 1809, el Parlamento lo premió con un pago total de 10,000 libras, casi nada en comparación con las 500.000 de Arkwright, pero lo bastante como para per­mitirle vivir con comodidad hasta el fin de sus días. Entretanto, su apetito por la invención lo llevó a desarrollar con gran éxito máquinas para fabricar cuerdas y para peinar la lana, además de novedosas prensas tipográficas, máquinas de vapor, tejas para tejados y ladrillos. Su último invento, patentado poco an­tes de su fallecimiento en 1823, fue un carruaje accionado con manivela «para ir sin caballos» que, según declaraba con total confianza el formulario de la patente, permitiría a dos hom­bres, accionando de forma continua la manivela pero sin exce­sivo esfuerzo, cubrir una distancia de hasta cuarenta y cinco kilómetros en un día, e incluso en terrenos empinados.
Bryson, Bill . En casa. Una breve historia de la vida privada. RBA, Barcelona, 2011

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