Encuentro multicultural en un piso del centro de Johannesburgo. Jóvenes (blancos) locales en la treintena compadrean con europeos expatriados. Cuando el ambiente decae uno de los autóctonos sorprende con I wonder, de Sixto Rodríguez. La canción tiene más de cuarenta años pero sus amigos se animan a cantarla como si les fuera la vida. La mayoría conocían al cantante de Detroit, nacido en 1942, por discos de sus padres, aunque el acercamiento a su obra ha sido sin duda gracias a Searching for Sugar Man, el documental, ganador del Oscar y el BAFTA a mejor documental, que cuenta la historia de cómo se puede mantener un éxito durante cuatro décadas sin que el propio interesado se entere (dado su interés por permanecer desaparecido).
Rodríguez triunfó en la Sudáfrica del apartheid casi como un milagro y durante dos décadas fue, sin proponérselo ni saberlo, un icono en contra del sistema supremacista blanco. Sin publicidad, sin promociones, sin conciertos en directo, sus dos discos (Cold fact, 1970, y Coming from reality, 1971) se vendían y copiaban (en los setenta y ochenta nadie era aún pirata) en cantidades industriales. El apartheid no sólo dejó sin derechos a negros, mulatos e indios sino que, como todos los sistemas autoritarios, restringió libertades a toda una sociedad, hasta el punto de que retrasó hasta 1976 la entrada de la televisión por considerarla un invento peligroso.
También los blancos sufrían de esa estricta moralidad, aunque su cómoda y privilegiada vida no se puede comparar de ninguna manera con la de sus vecinos de origen no europeo. En la segregación racial, Rodríguez se convirtió en un artista de culto para los blancos y lo curioso del caso es que especialmente le fueron fieles los afrikaaners, los descendientes de holandeses, alemanes y franceses que conformaron lengua y cultura diferenciada de sus ancestros y que con los años mantendrían el control político del país.
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